sábado, 27 de noviembre de 2010

El equilibrio

Las filosofías y corrientes espirituales de Oriente llevan siglos transmitiendo que la sabiduría de la iluminación reside en cada uno de nosotros en conexión intrínseca con el Todo. Es así que nuestras células están hechas de la misma materia que los astros, y que todos los seres del planeta estamos relacionados por una red invisible que nos conecta los unos a los otros. Sin embargo, los seres humanos nos empeñamos en ser duales, polares, y dividimos el mundo y a nosotros mismos en extremos de modo que nos resulta más fácil organizar la información que recibimos. Nuestro cerebro sin ir más lejos, se divide en dos hemisferios, izquierdo y derecho, con funciones diferentes, que gracias al cuerpo calloso se unen en un sólo órgano. Nuestra mente se divide en consciente e inconsciente, nos llamamos a nosotros mismos "fuertes" o "débiles", "listos" o "tontos", "cariñosos" o "agresivos", decimos que nuestra infancia fue "triste y difícil" o "alegre y despreocupada", y que nuestra madre  era mala y nuestro padre bueno.
Ayer en una conferencia escuché que el mayor mecanismo de defensa del ser humano es la tendencia al equilibrio; quizá desde una perspectiva psicoanalítica esta defensa nos protege de ser psicóticos (lo que algunos considerarían como la tendencia natural en el mundo en el que vivimos) y nos convierte en neuróticos, cargados de traumas y asuntos por concluir que afectan nuestra conducta en el presente.
Reflexionando acerca del equlibrio, me parece que es algo más bien innato en el ser humano, que está  presente en todas las cosas de la naturaleza; desde la fuerza centrípeta de los protones, que mantienen a los electrones en el átomo sin que salgan despedidos por la fuerza centrífuga, hasta la fuerza de gravedad que emerge del núcleo de la tierra, que nos mantiene agarrados a ella. Las fuerzas, en contraposición, regulan y mantienen el equlibrio del Universo. En el Su-Wen, uno de los textos médicos más importantes y base de la medicina tradicional china, se dice que "el yin-yang es el Camino del Cielo y de la Tierra, el principio fundamental de miríadas de cosas, el padre y la madre del cambio y de la transformación, la raíz del inicio y de la destrucción". Es decir, en resumidas cuentas, ambas fuerzas contrapuestas conforman un todo que todo lo contiene y que polariza la energía primordial. Todas las facetas de la vida podrían aplicarse a este principio.
Ahora bien, me planteo si lo mismo podría aplicarse al camino de los iluminados, y si ésta sería nuestra tendencia hacia el equilibrio. Partimos de la neurosis hacia la curación, ¿sería la curación del individuo un extremo que produciría el desequilibrio? ¿O es en el grado de curación donde se encuentra el quid de la cuestión? En pocas palabras, ¿se puede estar alguna vez completamente sano? lo que me lleva a plantearme que si esto es así, es momentáneo, puntual. Al día siguiente nos levantamos con un dolor de cabeza, un resfriado, o una herida en el alma. Lejos de parecer pesimista, considero que es una realidad con la que nos conviene vivir. Si aceptamos que somos susceptibles de cambiar, sea cual sea nuestro estado, aceptamos que la tendencia al equilibrio está en nosotros, y que la plenitud quizá pueda llegar a través de él.

viernes, 19 de noviembre de 2010

De despedidas y "hasta luegos"

El mes de noviembre me trae el que será el último de una serie de encuentros con compañeros de una formación que durante 3 años se ha ido sucediendo todos los meses; aprovecho pues para pararme a reflexionar sobre lo que significa el paso del tiempo, que en su camino da la vuelta, cambia, trae y se lleva cosas que hasta entonces parecían indispensables. No creo que tiempos pasados siempre fueron mejores, simplemente que a veces no nos damos cuenta de que hasta dentro de mucho no repararemos en el valor de lo que sucede ahora. de todos modos, con la perspectiva de lo pasado ya a mis espaldas, hoy puedo sentirme agradecida a todas y cada una de las cosas, personas, situaciones, que me han venido sucediendo en este tiempo y que ya forman parte de mí, de los anales de mi propia historia, y que como fotos en marcadas bajo rótulos de colores, guardaré los recuerdos que he acumulado cuidadosamente a lo largo de estos últimos años. No me siento triste pero no puedo evitar emocionarme, a veces echar la vista atrás me sobrecoge, o me pilla desprevenida sin lugar a prepararme para el golpe. No obstante, en este ir y venir de emociones, me dejaré fluir. Prefiero no amarrar sino soltar y contemplar como la vida me ha brindado la oportunidad de crecer gracias a todas las personas que me han rodeado. Gracias a lo que termina este fin de semana, hoy soy un poquito más completa, más humilde, más mayor y estoy más preparada para lo que venga en el futuro. Me agradezco a mí también haberme dado la oportunidad de formar parte de algo más grande. 
Asique pronunciaré un hasta luego, sincero y profundo, para todo lo que acaba ahora, para reencontrarme con ello en mi corazón cuando me apetezca, cuando extrañe tanto y añore el calor de mis compañeros. Todos sabíamos que esto llegaría algún día, porque, cito a Bernard Shaw, "No hay beso que no sea principio de despedida; incluso el de llegada". A vosotros os dedico este post. Os quiero.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Los primeros rayos de luz al amanecer

Al igual que el sol amanece cada día por el horizonte, variable según la situación geográfica en la que nos encontremos (ya sea mar, montaña, llanura...), la fuerza interior de cada uno aparece al albor de un nuevo día, encontrándose con más o menos inconvenientes. Como rayos de luz, esa fuerza se ve magnificada por nuestro estado interno, que depende, como al observar la salida del sol, de la situación en la que nos encontremos con respecto a nosotros; unas veces, el sol aparece cubierto de nubes, amenazantes y oscuras masas que avecinan tormenta, abriéndose paso a regañadientes mientras que de fondo suena una canción como Streets of Philadelphia, el Adagio en G Menor de Albinoni o cualquiera que podáis imaginar. Entonces podemos pensar en retroceder en el tiempo y volver a despertar en un lugar mejor, o en cambiar la emisora de radio. No es fácil, yo lo atestiguo. En mis indagaciones recientes acerca de la capacidad que tenemos los seres humanos para propiciar nuestros estados internos, tanto positiva como negativamente, me surge la idea de cuan potente es la representación que cada uno tenemos de nuestro mundo, ligada intrínsecamente a nuestras experiencias previas; cuanto más aferrados estamos a estas experiencias con mayor fuerza guían nuestras representaciones mentales y por ende nuestro estado interno.

Cambiemos de escenario. al abrir el ojo por la mañana, una luz brillante ilumina toda la habitación; percibimos su calor, su fuerza y su brillo, mientras poco a poco llena cada uno de los rincones de la estancia, cubriendo con intensidad cada objeto y magnificando su color y su apariencia. De fondo escuchamos una canción con ritmo, como Wake me up before you go go, Your love lifting me higher o bien The eye of the tiger, según gustos. El estado no es el mismo que el anterior, cambia sustancialmente. El horizonte parece mucho más apetecible así, y levantarse de la cama para vivir un nuevo día aún más. en el caso contrario, más vale quedarse en casa, ¿no es así? Parece lógico, aunque a veces no seamos dueños de cómo empezamos nuestro día. O por lo menos, eso es lo que creemos. Que podamos ver salir el sol cada mañana sin depender de la meteorología, está en nuestras manos. Ya estoy pensando en qué canción me pondré mañana al despertar, para hacer la prueba.

"Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar" Antonio Machado.