miércoles, 20 de octubre de 2010

El éxito

Hoy recojo las palabras del célebre poeta, escritor y filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, que sin duda han iluminado un trocito de mi día y que, como todo lo importante, han llegado hoy a mí casi por casualidad:

 "Reir mucho y a menudo; ganarse el respeto de las personas inteligentes y el aprecio de los niños; merecer el elogio de los críticos sinceros y mostrarse tolerante con las traiciones de los falsos amigos; saber apreciar la belleza y hallar lo mejor en el prójimo; dejar un mundo algo mejor, ya sea por medio de un hijo sano, de un rincón de jardín o de una condición social redimida; saber que al menos una vida ha alentado más libremente gracias a la nuestra: eso es haber triunfado" Ralph Waldo Emerson (1803-1882).

Os deseo que vuestros sueños sean el aliento de generaciones, en cuyas manos está el mundo del futuro.

Buenas noches.


miércoles, 13 de octubre de 2010

Ocurrió en la ciudad eterna.

Una mujer de 32 años yace en el suelo en el metro de Roma. Está tumbada boca arriba, con los brazos extendidos. Durante 20 minutos, gran cantidad de gente pasa a su lado sin ni siquiera acercarse a tocarla, observando la escena desde la perspectiva que les ofrecen sus creencias, condicionantes y valores. Al cabo de este tiempo alguien se decide a llamar a un médico. La mujer había tenido una discusión por un billete de metro con un hombre que acabó por pegarle un puñetazo en la cara dejándola inconsciente, a la vista de todos. Si ya de por sí es brutal la agresión sufrida por parte de este hombre, aún lo es más la omisión de socorro, por la que el alcalde de la ciudad ha pedido disculpas públicamente.

No obstante, este no es un hecho aislado, y me atrevería a decir que diariamente se producen escenas parecidas, e incluso que alguno de los que estáis leyendo esto hayáis presenciado alguna vez semejante despropósito. El caso más famoso fue el de Kitty Genovese, en los años 60. Kitty era una joven neoyorquina que fue asaltada por un individuo, psicópata y agresor sexual, en plena calle junto a su vivienda, ante la mirada de los 38 vecinos que advirtieron que alguien pedía ayuda. Fue atacada brutalmente durante más de media hora y murió en la ambulancia que la llevaba de camino al hospital. Éste caso fue el precursor de que algunos investigadores hablaran de “el efecto espectador”, que predice que es menos probable que alguien intervenga en una situación de emergencia cuando hay más personas que presencian esta situación. En el caso de Kitty, muchos vecinos declararon que suponían que otros habrían avisado a la policía, y que no era necesario implicarse.

De eso se trata, de implicación. Me gustaría saber qué pensaron aquellos que pasaron junto a la joven inconsciente del metro. Qué les impidió acercarse y formar parte de lo que estaba ocurriendo. ¿Acaso no veían que nadie más se acercaba, que nadie ayudaba a aquella joven?. Sin embargo, nos enternecemos cuando vemos en las noticias un vídeo de un gato que parece hacerle un masaje cardiaco a otro gato que está muerto, para después permanece junto a él durante mucho tiempo, acostado a su lado. O cuando nos envían un power point en el que se ve cómo un gorrión acude al rescate de otro que se encuentra agonizando. Dudo mucho que otras especies animales conozcan el efecto espectador. ¿Os acordáis de aquel gato que arañó la cara de su dueña para salvarla de un incendio? Sí, incluso con nosotros lo hacen también. Son muestras de afecto y compromiso que parecen realmente “humanas”. Pero en realidad, la respuesta de “humanidad” hoy día es otra muy distinta. He de decir que me enorgullezco de pertenecer a un planeta donde habitan seres compasivos, afectuosos; seres que no dañan el medio ambiente vertiendo petróleo en las costas, o llenando la atmósfera de moléculas de cloro. Seres cuya capacidad agresiva se limita a la protección de su especie, no a la destrucción de la propia. Me indigna que esos seres no seamos nosotros, los que nos llamamos “seres humanos”, el producto de miles de años de evolución que culminan en la actitud de desprotección total de cualquier forma de vida que habita en nuestro planeta. Esto es lo que somos, y si queremos desarrollarnos como individuos, es necesario que comprendamos qué es lo que estamos haciendo. Espero que algún día dejemos de ser meros espectadores, consecuencia del mundo que nos rodea y podamos ser merecedores de la Tierra que habitamos.

sábado, 9 de octubre de 2010

Cuatro sombreros

Una vez había cuatro sombreros que decoraban un perchero; el primero de ellos, de un suave raso negro, con lazo en un costado, miraba al segundo y pensaba “oh, pero qué vivos sus colores, qué originalidad en su entramado, que distinto a mí mismo”. A su vez, el segundo miraba al tercero, y temeroso se preguntaba “¿de qué material estará hecho? seguro que me puede, pues de todos los que aquí estamos parece el más fiero”. El tercero, por el contrario, miraba al cuarto, y con recelo se le ofrecía “que su calidad era de auténtico espanto”. Y, como cabría esperar, el cuarto miraba al primero, y de tanto y tanto mirarlo acabó por convencerse de que de todos, era el más bello. Así es que los cuatro decoraban con gusto y elegancia el perchero, siempre y cuando no decoraran alguna hermosa cabeza, y de ninguno de ellos era objeto percatarse de lo inútil de sus juicios, pues todos eran obra y gracia quizá del más ingenioso de los maestros, que en sus diseños, imaginativo y valiente como ninguno, dio a cada uno el don más preciado, el de ser único, diferente, y parte importante de algo más grande que ellos mismos. Juntos eran mucho más de lo que podían ser como simples complementos aislados.

Pobres sombreros que, centrados en la existencia de sus compañeros, eran incapaces de enorgullecerse de sus propias cualidades y únicamente admiraban o se jactaban de las características de los otros. Tanto escudriñaban al que tenían delante que olvidaban mirarse así mismos y se les escapaba que el de detrás los miraba a ellos. Cada uno de los sombreros, con sus distintos materiales, ribetes, colores y formas enriquecían con su sello personal el amplio abanico de variedad que se puede encontrar en las sombrererías, y gracias a estas peculiaridades se convirtieron en auténticos artículos de coleccionista.

Y es que, si de algo carecían los sombreros, era de perspectiva. Un buen día el segundo sombrero acompañó a su dueña a escuchar a una persona que hablaba de amor propio, autoestima y reconocimiento. Estas palabras quedaron impresas en el pensamiento del sombrero, que decidió poner a prueba lo aprendido y contrastó con el sombrero primero. Al llegar al perchero lo miró y le dijo “eres tan fino y armonioso que de todos eres el más elegante”. El primer sombrero, sorprendido por las palabras del segundo, se volvió al cuarto y le dijo “eres un auténtico todo terreno, con tu calidad resultas muy funcional”, el cuarto, aún sin creerse del todo que el sombrero más bello dijera eso de él, se volvió al tercero y le dijo “sin duda eres el más provocativo de todos, me gustas” y el tercero, impresionado de que el compañero sobre el que tantos aspectos negativos proyectara antaño, con ímpetu se dirigió al segundo y le espetó “eres como el mismísimo arco iris en un día de lluvia”. De este modo los sombreros, fascinados por sus nuevos descubrimientos, aprendieron a dar y a recibir, y poco a poco sus corazones se fueron abriendo en este intercambio, descubriendo que todos y cada uno eran especiales y dignos, gracias a la mirada amorosa de sus compañeros, para descubrir el amor por sí mismos, sin el cual jamás se hubieran dado la oportunidad de conocerse. Como dijo Confucio, la virtud no habita en la soledad: debe tener vecinos.