lunes, 27 de diciembre de 2010

Grandes esperanzas

Esta mañana en una radio nacional escuchaba una sección dedicada a que los oyentes dejaran sus mensajes grabados en un contestador, dando respuesta a la pregunta ¿Qué deseo te gustaría que se cumpliera para estas navidades? y había de todo; desde la que pedía reunirse con su familia a miles de kilómetros, hasta el que pedía un trabajo para su primo que estaba en paro. Sin embargo, los que más me llamaban la atención eran aquellos deseos, aquellas peticiones de que hubiera igualdad de oportunidades para todos, se acabaran las guerras y reinara la paz, se distribuyeran las riquezas y que todos fuéramos felices. Lejos de detenerme hoy en lo utópico que resulta formular peticiones al aire de esta forma, me quedo con la respuesta de Jorge Bucay, colaborador del programa, que vino a ser algo así: "¿qué podemos hacer nosotros para producir los pasos encaminados a cumplir esos deseos?". Una madre deseaba que sus dos hijos varones se reconciliaran, ya que llevan desde pequeños (¡!) sin hablarse. ¿Qué podía hacer ella? Pedírselo a ellos, no a Santa Claus, fue la respuesta.

En qué medida nuestros deseos se quedan en eso, en deseos, es lo que me hace reflexionar hoy (mañana ya tocará otra cosa) acerca de la falta de conciencia de que uno es en gran medida el portador de parte de la responsabilidad que cuidadósamente dejamos recaer sobre los demás (si lo hiciéramos bruscamente se notaría demasiado...). Por otro lado, quizá el más sanador, visualizo esto como la oportunidad de darse cuenta de cuánto podemos hacer cada uno desde nuestras capacidades y contando también con nuestras limitaciones, para cumplir aquello que sí está al alcance de nuestra mano, sin caer tampoco en grandes fórmulas para sueños imposibles. Paz, armonía, prosperidad, oportunidades. Que quererlo está muy bien, y hacer algo por ello lo está aún más. Estas son nuestras grandes esperanzas para el mundo. Yo prefiero formular mis deseos en primera persona del singular:
Yo quiero tener paz; 
yo quiero tener las mismas oportunidades que tú tienes;
yo quiero dejar de luchar, y no entrar en guerras estúpidas
que no me llevan a buen puerto. 
Yo quiero estar feliz.

Yo puedo hacerlo posible. Y cuando resuelva esto conmigo misma entonces, y sólo entonces, se lo podré enseñar al mundo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El extraño viaje

Una mañana, al despertar, abre la ventana y observa; todo lo que ve a su alrededor le resulta desconocido, a la vez que ligeros atisbos de familiaridad rodean los edificios, monumentos y callejuelas de una ciudad bulliciosa. Decide salir a pasear, a reunirse con alguien o a huir de algo, y mientras camina, los extraños monumentos, modelos tomados de la mitología romana parecen cobrar vida, y cuanto más avanza hacia su descubrimiento, más se interna en pequeñas calles, oscuras, sombrías, que tras sus esquinas esconden más y más pequeños pasadizos, hasta que al final de una de ellas, por fín llega a encontrarse con el antiguo templo, justo frente al mar. Situada en el pórtico de la entrada, no se da la vuelta para observar la inscripción del friso, sino que avanza hacia la orilla, donde se da cuenta de cómo en la distancia, el horizonte se cubre de agua coronada por crestas de espuma, que avanza sin descanso, formando una gigantesca ola más grande y más alta que todos los edificios de la ciudad. Entonces corre, buscando un lugar donde guarecerse, o algo a lo que agarrarse. Casi siempre lo encuentra, y siempre está sola cuando lo hace. La ola no llega, porque el escenario cambia de pronto o porque se despierta. 

Entre las brumas del sueño, trata de dilucidar qué le ha llevado a encontrarse de nuevo en esa ciudad tan hermosa, tan conocida y a la vez con tantos secretos por desvelar. Lástima que en esta ocasión apareciera por medio el tsunami, que estropeó la cálida sensación de que todo permanece y queda en pie, como esas viejas estatuas enormes, que desde su atalaya observan a los transeúntes en su devenir, escudriñando sus pequeñas vidas repletas de amores, desengaños, pérdidas e ilusiones. Otro día se detendrá con más tiempo junto a ellas, acariciará su fría piedra y todo será perfecto. 

Es lo que ocurre en los sueños. Nada tiene sentido, y en realidad todo tiene significado. Y quizá al margen de que resulten completos, jamás nos parecerán perfectos. Y pienso que ahí precisamente, radica su encanto y su magia.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El mío es el dolor de cabeza

En ocasiones parece que los controladores áereos que rigen nuestras emociones convocan una huelga masiva y sin precedentes dejándanos el ánima en suspenso. Y es así que, cuando nos sentimos abatidos, doloridos y cansados, nuestro organismo da la señal de alarma y reproducimos síntomas tan variopintos y propios como lo son las huellas dactilares. Todos conocemos estos estados y cada cual lo resuelve (o no) desde sus recusos y limitaciones.

Es hoy un día en el que me apetece hablar del síntoma, ese gran protagonista de los clásicos "el pildorazo", "es mejor prevenir que curar y aún mejor disimular", "tápatelo que es una herida muy fea" y "¿síntoma? si yo te contara..." El gran olvidado en vademecums, DSM´s, consultas médicas y psiquiátricas, no por desconocimiento, sino porque parece que el sentido del síntoma aún es desconocido para el academicismo médico general.

El sentido del síntoma es el dar la señal de alarma de que un desequilibrio se está produciendo en el oragnismo. Ahora bien, aplacar el síntoma no equivale a equilibrar el organismo, sino que tan solo nos alivia temporalemente la molestia que esa alarma dichosa nos producía. El desequilibrio, el trastorno, sieguirá ahí en la mayoía de los casos, y buscará nuevas señales para manifestarse y avisar desde la profunda sabiduría del organismo. Y es que, nuestro cuerpo es sabio, nuestra razón no. Imbuidos por la baja capacidad de frustración, el temor al dolor y la desatención a nuestra biología, buscamos en las soluciones rápidas un método eficaz para "no pensar" o "dejar de sufrir". Basta urgar en nuestra "despensa médica" particular para encontrar los "acalladores" del dolor.

Lejos de suponer una molestia, el síntoma pretene avisarnos y prevenirnos de que algo va "mal" en nosotros, que algo merece ser mirado, tomado en cuenta. Hoy día a veces puede resultar difícil dedicar parte de nuestro tiempo a escuchar la voz de S.O.S, mientras vamos del trabajo a casa, de casa al súper, del súper al cole de los niños o a la reunión de vecinos, a la conferencia, a llevar el coche al taller, a tomar la cerveza con nuestros amigos o a redecorar el cuarto de estar. Díficil no significa imposible, díficil significa un mayor  esfuerzo.

Por supuesto que la tendencia actual, por fortuna y al menos en determinados sectores de la población, es la de fomentar la toma de conciencia del propio cuerpo, integrar psique y soma, entender de una vez por todas que somos un sistema holístico, completo y global, y que "así ocurre en el cielo como en la tierra". Si el controlador aéreo  que es nuestra cabeza decide irse de vacaciones, y nuestra emociones, fisiología y pensamientos se revuelven y agitan en la incertidumbre, no nos limitemos al ibuprofeno de turno, tomémonos el tiempo necesario para tender un puente hacia el diálogo con nuestro cuerpo.





Felices vacaciones.