lunes, 27 de diciembre de 2010

Grandes esperanzas

Esta mañana en una radio nacional escuchaba una sección dedicada a que los oyentes dejaran sus mensajes grabados en un contestador, dando respuesta a la pregunta ¿Qué deseo te gustaría que se cumpliera para estas navidades? y había de todo; desde la que pedía reunirse con su familia a miles de kilómetros, hasta el que pedía un trabajo para su primo que estaba en paro. Sin embargo, los que más me llamaban la atención eran aquellos deseos, aquellas peticiones de que hubiera igualdad de oportunidades para todos, se acabaran las guerras y reinara la paz, se distribuyeran las riquezas y que todos fuéramos felices. Lejos de detenerme hoy en lo utópico que resulta formular peticiones al aire de esta forma, me quedo con la respuesta de Jorge Bucay, colaborador del programa, que vino a ser algo así: "¿qué podemos hacer nosotros para producir los pasos encaminados a cumplir esos deseos?". Una madre deseaba que sus dos hijos varones se reconciliaran, ya que llevan desde pequeños (¡!) sin hablarse. ¿Qué podía hacer ella? Pedírselo a ellos, no a Santa Claus, fue la respuesta.

En qué medida nuestros deseos se quedan en eso, en deseos, es lo que me hace reflexionar hoy (mañana ya tocará otra cosa) acerca de la falta de conciencia de que uno es en gran medida el portador de parte de la responsabilidad que cuidadósamente dejamos recaer sobre los demás (si lo hiciéramos bruscamente se notaría demasiado...). Por otro lado, quizá el más sanador, visualizo esto como la oportunidad de darse cuenta de cuánto podemos hacer cada uno desde nuestras capacidades y contando también con nuestras limitaciones, para cumplir aquello que sí está al alcance de nuestra mano, sin caer tampoco en grandes fórmulas para sueños imposibles. Paz, armonía, prosperidad, oportunidades. Que quererlo está muy bien, y hacer algo por ello lo está aún más. Estas son nuestras grandes esperanzas para el mundo. Yo prefiero formular mis deseos en primera persona del singular:
Yo quiero tener paz; 
yo quiero tener las mismas oportunidades que tú tienes;
yo quiero dejar de luchar, y no entrar en guerras estúpidas
que no me llevan a buen puerto. 
Yo quiero estar feliz.

Yo puedo hacerlo posible. Y cuando resuelva esto conmigo misma entonces, y sólo entonces, se lo podré enseñar al mundo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El extraño viaje

Una mañana, al despertar, abre la ventana y observa; todo lo que ve a su alrededor le resulta desconocido, a la vez que ligeros atisbos de familiaridad rodean los edificios, monumentos y callejuelas de una ciudad bulliciosa. Decide salir a pasear, a reunirse con alguien o a huir de algo, y mientras camina, los extraños monumentos, modelos tomados de la mitología romana parecen cobrar vida, y cuanto más avanza hacia su descubrimiento, más se interna en pequeñas calles, oscuras, sombrías, que tras sus esquinas esconden más y más pequeños pasadizos, hasta que al final de una de ellas, por fín llega a encontrarse con el antiguo templo, justo frente al mar. Situada en el pórtico de la entrada, no se da la vuelta para observar la inscripción del friso, sino que avanza hacia la orilla, donde se da cuenta de cómo en la distancia, el horizonte se cubre de agua coronada por crestas de espuma, que avanza sin descanso, formando una gigantesca ola más grande y más alta que todos los edificios de la ciudad. Entonces corre, buscando un lugar donde guarecerse, o algo a lo que agarrarse. Casi siempre lo encuentra, y siempre está sola cuando lo hace. La ola no llega, porque el escenario cambia de pronto o porque se despierta. 

Entre las brumas del sueño, trata de dilucidar qué le ha llevado a encontrarse de nuevo en esa ciudad tan hermosa, tan conocida y a la vez con tantos secretos por desvelar. Lástima que en esta ocasión apareciera por medio el tsunami, que estropeó la cálida sensación de que todo permanece y queda en pie, como esas viejas estatuas enormes, que desde su atalaya observan a los transeúntes en su devenir, escudriñando sus pequeñas vidas repletas de amores, desengaños, pérdidas e ilusiones. Otro día se detendrá con más tiempo junto a ellas, acariciará su fría piedra y todo será perfecto. 

Es lo que ocurre en los sueños. Nada tiene sentido, y en realidad todo tiene significado. Y quizá al margen de que resulten completos, jamás nos parecerán perfectos. Y pienso que ahí precisamente, radica su encanto y su magia.

sábado, 4 de diciembre de 2010

El mío es el dolor de cabeza

En ocasiones parece que los controladores áereos que rigen nuestras emociones convocan una huelga masiva y sin precedentes dejándanos el ánima en suspenso. Y es así que, cuando nos sentimos abatidos, doloridos y cansados, nuestro organismo da la señal de alarma y reproducimos síntomas tan variopintos y propios como lo son las huellas dactilares. Todos conocemos estos estados y cada cual lo resuelve (o no) desde sus recusos y limitaciones.

Es hoy un día en el que me apetece hablar del síntoma, ese gran protagonista de los clásicos "el pildorazo", "es mejor prevenir que curar y aún mejor disimular", "tápatelo que es una herida muy fea" y "¿síntoma? si yo te contara..." El gran olvidado en vademecums, DSM´s, consultas médicas y psiquiátricas, no por desconocimiento, sino porque parece que el sentido del síntoma aún es desconocido para el academicismo médico general.

El sentido del síntoma es el dar la señal de alarma de que un desequilibrio se está produciendo en el oragnismo. Ahora bien, aplacar el síntoma no equivale a equilibrar el organismo, sino que tan solo nos alivia temporalemente la molestia que esa alarma dichosa nos producía. El desequilibrio, el trastorno, sieguirá ahí en la mayoía de los casos, y buscará nuevas señales para manifestarse y avisar desde la profunda sabiduría del organismo. Y es que, nuestro cuerpo es sabio, nuestra razón no. Imbuidos por la baja capacidad de frustración, el temor al dolor y la desatención a nuestra biología, buscamos en las soluciones rápidas un método eficaz para "no pensar" o "dejar de sufrir". Basta urgar en nuestra "despensa médica" particular para encontrar los "acalladores" del dolor.

Lejos de suponer una molestia, el síntoma pretene avisarnos y prevenirnos de que algo va "mal" en nosotros, que algo merece ser mirado, tomado en cuenta. Hoy día a veces puede resultar difícil dedicar parte de nuestro tiempo a escuchar la voz de S.O.S, mientras vamos del trabajo a casa, de casa al súper, del súper al cole de los niños o a la reunión de vecinos, a la conferencia, a llevar el coche al taller, a tomar la cerveza con nuestros amigos o a redecorar el cuarto de estar. Díficil no significa imposible, díficil significa un mayor  esfuerzo.

Por supuesto que la tendencia actual, por fortuna y al menos en determinados sectores de la población, es la de fomentar la toma de conciencia del propio cuerpo, integrar psique y soma, entender de una vez por todas que somos un sistema holístico, completo y global, y que "así ocurre en el cielo como en la tierra". Si el controlador aéreo  que es nuestra cabeza decide irse de vacaciones, y nuestra emociones, fisiología y pensamientos se revuelven y agitan en la incertidumbre, no nos limitemos al ibuprofeno de turno, tomémonos el tiempo necesario para tender un puente hacia el diálogo con nuestro cuerpo.





Felices vacaciones.

sábado, 27 de noviembre de 2010

El equilibrio

Las filosofías y corrientes espirituales de Oriente llevan siglos transmitiendo que la sabiduría de la iluminación reside en cada uno de nosotros en conexión intrínseca con el Todo. Es así que nuestras células están hechas de la misma materia que los astros, y que todos los seres del planeta estamos relacionados por una red invisible que nos conecta los unos a los otros. Sin embargo, los seres humanos nos empeñamos en ser duales, polares, y dividimos el mundo y a nosotros mismos en extremos de modo que nos resulta más fácil organizar la información que recibimos. Nuestro cerebro sin ir más lejos, se divide en dos hemisferios, izquierdo y derecho, con funciones diferentes, que gracias al cuerpo calloso se unen en un sólo órgano. Nuestra mente se divide en consciente e inconsciente, nos llamamos a nosotros mismos "fuertes" o "débiles", "listos" o "tontos", "cariñosos" o "agresivos", decimos que nuestra infancia fue "triste y difícil" o "alegre y despreocupada", y que nuestra madre  era mala y nuestro padre bueno.
Ayer en una conferencia escuché que el mayor mecanismo de defensa del ser humano es la tendencia al equilibrio; quizá desde una perspectiva psicoanalítica esta defensa nos protege de ser psicóticos (lo que algunos considerarían como la tendencia natural en el mundo en el que vivimos) y nos convierte en neuróticos, cargados de traumas y asuntos por concluir que afectan nuestra conducta en el presente.
Reflexionando acerca del equlibrio, me parece que es algo más bien innato en el ser humano, que está  presente en todas las cosas de la naturaleza; desde la fuerza centrípeta de los protones, que mantienen a los electrones en el átomo sin que salgan despedidos por la fuerza centrífuga, hasta la fuerza de gravedad que emerge del núcleo de la tierra, que nos mantiene agarrados a ella. Las fuerzas, en contraposición, regulan y mantienen el equlibrio del Universo. En el Su-Wen, uno de los textos médicos más importantes y base de la medicina tradicional china, se dice que "el yin-yang es el Camino del Cielo y de la Tierra, el principio fundamental de miríadas de cosas, el padre y la madre del cambio y de la transformación, la raíz del inicio y de la destrucción". Es decir, en resumidas cuentas, ambas fuerzas contrapuestas conforman un todo que todo lo contiene y que polariza la energía primordial. Todas las facetas de la vida podrían aplicarse a este principio.
Ahora bien, me planteo si lo mismo podría aplicarse al camino de los iluminados, y si ésta sería nuestra tendencia hacia el equilibrio. Partimos de la neurosis hacia la curación, ¿sería la curación del individuo un extremo que produciría el desequilibrio? ¿O es en el grado de curación donde se encuentra el quid de la cuestión? En pocas palabras, ¿se puede estar alguna vez completamente sano? lo que me lleva a plantearme que si esto es así, es momentáneo, puntual. Al día siguiente nos levantamos con un dolor de cabeza, un resfriado, o una herida en el alma. Lejos de parecer pesimista, considero que es una realidad con la que nos conviene vivir. Si aceptamos que somos susceptibles de cambiar, sea cual sea nuestro estado, aceptamos que la tendencia al equilibrio está en nosotros, y que la plenitud quizá pueda llegar a través de él.

viernes, 19 de noviembre de 2010

De despedidas y "hasta luegos"

El mes de noviembre me trae el que será el último de una serie de encuentros con compañeros de una formación que durante 3 años se ha ido sucediendo todos los meses; aprovecho pues para pararme a reflexionar sobre lo que significa el paso del tiempo, que en su camino da la vuelta, cambia, trae y se lleva cosas que hasta entonces parecían indispensables. No creo que tiempos pasados siempre fueron mejores, simplemente que a veces no nos damos cuenta de que hasta dentro de mucho no repararemos en el valor de lo que sucede ahora. de todos modos, con la perspectiva de lo pasado ya a mis espaldas, hoy puedo sentirme agradecida a todas y cada una de las cosas, personas, situaciones, que me han venido sucediendo en este tiempo y que ya forman parte de mí, de los anales de mi propia historia, y que como fotos en marcadas bajo rótulos de colores, guardaré los recuerdos que he acumulado cuidadosamente a lo largo de estos últimos años. No me siento triste pero no puedo evitar emocionarme, a veces echar la vista atrás me sobrecoge, o me pilla desprevenida sin lugar a prepararme para el golpe. No obstante, en este ir y venir de emociones, me dejaré fluir. Prefiero no amarrar sino soltar y contemplar como la vida me ha brindado la oportunidad de crecer gracias a todas las personas que me han rodeado. Gracias a lo que termina este fin de semana, hoy soy un poquito más completa, más humilde, más mayor y estoy más preparada para lo que venga en el futuro. Me agradezco a mí también haberme dado la oportunidad de formar parte de algo más grande. 
Asique pronunciaré un hasta luego, sincero y profundo, para todo lo que acaba ahora, para reencontrarme con ello en mi corazón cuando me apetezca, cuando extrañe tanto y añore el calor de mis compañeros. Todos sabíamos que esto llegaría algún día, porque, cito a Bernard Shaw, "No hay beso que no sea principio de despedida; incluso el de llegada". A vosotros os dedico este post. Os quiero.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Los primeros rayos de luz al amanecer

Al igual que el sol amanece cada día por el horizonte, variable según la situación geográfica en la que nos encontremos (ya sea mar, montaña, llanura...), la fuerza interior de cada uno aparece al albor de un nuevo día, encontrándose con más o menos inconvenientes. Como rayos de luz, esa fuerza se ve magnificada por nuestro estado interno, que depende, como al observar la salida del sol, de la situación en la que nos encontremos con respecto a nosotros; unas veces, el sol aparece cubierto de nubes, amenazantes y oscuras masas que avecinan tormenta, abriéndose paso a regañadientes mientras que de fondo suena una canción como Streets of Philadelphia, el Adagio en G Menor de Albinoni o cualquiera que podáis imaginar. Entonces podemos pensar en retroceder en el tiempo y volver a despertar en un lugar mejor, o en cambiar la emisora de radio. No es fácil, yo lo atestiguo. En mis indagaciones recientes acerca de la capacidad que tenemos los seres humanos para propiciar nuestros estados internos, tanto positiva como negativamente, me surge la idea de cuan potente es la representación que cada uno tenemos de nuestro mundo, ligada intrínsecamente a nuestras experiencias previas; cuanto más aferrados estamos a estas experiencias con mayor fuerza guían nuestras representaciones mentales y por ende nuestro estado interno.

Cambiemos de escenario. al abrir el ojo por la mañana, una luz brillante ilumina toda la habitación; percibimos su calor, su fuerza y su brillo, mientras poco a poco llena cada uno de los rincones de la estancia, cubriendo con intensidad cada objeto y magnificando su color y su apariencia. De fondo escuchamos una canción con ritmo, como Wake me up before you go go, Your love lifting me higher o bien The eye of the tiger, según gustos. El estado no es el mismo que el anterior, cambia sustancialmente. El horizonte parece mucho más apetecible así, y levantarse de la cama para vivir un nuevo día aún más. en el caso contrario, más vale quedarse en casa, ¿no es así? Parece lógico, aunque a veces no seamos dueños de cómo empezamos nuestro día. O por lo menos, eso es lo que creemos. Que podamos ver salir el sol cada mañana sin depender de la meteorología, está en nuestras manos. Ya estoy pensando en qué canción me pondré mañana al despertar, para hacer la prueba.

"Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar" Antonio Machado.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El éxito

Hoy recojo las palabras del célebre poeta, escritor y filósofo norteamericano Ralph Waldo Emerson, que sin duda han iluminado un trocito de mi día y que, como todo lo importante, han llegado hoy a mí casi por casualidad:

 "Reir mucho y a menudo; ganarse el respeto de las personas inteligentes y el aprecio de los niños; merecer el elogio de los críticos sinceros y mostrarse tolerante con las traiciones de los falsos amigos; saber apreciar la belleza y hallar lo mejor en el prójimo; dejar un mundo algo mejor, ya sea por medio de un hijo sano, de un rincón de jardín o de una condición social redimida; saber que al menos una vida ha alentado más libremente gracias a la nuestra: eso es haber triunfado" Ralph Waldo Emerson (1803-1882).

Os deseo que vuestros sueños sean el aliento de generaciones, en cuyas manos está el mundo del futuro.

Buenas noches.


miércoles, 13 de octubre de 2010

Ocurrió en la ciudad eterna.

Una mujer de 32 años yace en el suelo en el metro de Roma. Está tumbada boca arriba, con los brazos extendidos. Durante 20 minutos, gran cantidad de gente pasa a su lado sin ni siquiera acercarse a tocarla, observando la escena desde la perspectiva que les ofrecen sus creencias, condicionantes y valores. Al cabo de este tiempo alguien se decide a llamar a un médico. La mujer había tenido una discusión por un billete de metro con un hombre que acabó por pegarle un puñetazo en la cara dejándola inconsciente, a la vista de todos. Si ya de por sí es brutal la agresión sufrida por parte de este hombre, aún lo es más la omisión de socorro, por la que el alcalde de la ciudad ha pedido disculpas públicamente.

No obstante, este no es un hecho aislado, y me atrevería a decir que diariamente se producen escenas parecidas, e incluso que alguno de los que estáis leyendo esto hayáis presenciado alguna vez semejante despropósito. El caso más famoso fue el de Kitty Genovese, en los años 60. Kitty era una joven neoyorquina que fue asaltada por un individuo, psicópata y agresor sexual, en plena calle junto a su vivienda, ante la mirada de los 38 vecinos que advirtieron que alguien pedía ayuda. Fue atacada brutalmente durante más de media hora y murió en la ambulancia que la llevaba de camino al hospital. Éste caso fue el precursor de que algunos investigadores hablaran de “el efecto espectador”, que predice que es menos probable que alguien intervenga en una situación de emergencia cuando hay más personas que presencian esta situación. En el caso de Kitty, muchos vecinos declararon que suponían que otros habrían avisado a la policía, y que no era necesario implicarse.

De eso se trata, de implicación. Me gustaría saber qué pensaron aquellos que pasaron junto a la joven inconsciente del metro. Qué les impidió acercarse y formar parte de lo que estaba ocurriendo. ¿Acaso no veían que nadie más se acercaba, que nadie ayudaba a aquella joven?. Sin embargo, nos enternecemos cuando vemos en las noticias un vídeo de un gato que parece hacerle un masaje cardiaco a otro gato que está muerto, para después permanece junto a él durante mucho tiempo, acostado a su lado. O cuando nos envían un power point en el que se ve cómo un gorrión acude al rescate de otro que se encuentra agonizando. Dudo mucho que otras especies animales conozcan el efecto espectador. ¿Os acordáis de aquel gato que arañó la cara de su dueña para salvarla de un incendio? Sí, incluso con nosotros lo hacen también. Son muestras de afecto y compromiso que parecen realmente “humanas”. Pero en realidad, la respuesta de “humanidad” hoy día es otra muy distinta. He de decir que me enorgullezco de pertenecer a un planeta donde habitan seres compasivos, afectuosos; seres que no dañan el medio ambiente vertiendo petróleo en las costas, o llenando la atmósfera de moléculas de cloro. Seres cuya capacidad agresiva se limita a la protección de su especie, no a la destrucción de la propia. Me indigna que esos seres no seamos nosotros, los que nos llamamos “seres humanos”, el producto de miles de años de evolución que culminan en la actitud de desprotección total de cualquier forma de vida que habita en nuestro planeta. Esto es lo que somos, y si queremos desarrollarnos como individuos, es necesario que comprendamos qué es lo que estamos haciendo. Espero que algún día dejemos de ser meros espectadores, consecuencia del mundo que nos rodea y podamos ser merecedores de la Tierra que habitamos.

sábado, 9 de octubre de 2010

Cuatro sombreros

Una vez había cuatro sombreros que decoraban un perchero; el primero de ellos, de un suave raso negro, con lazo en un costado, miraba al segundo y pensaba “oh, pero qué vivos sus colores, qué originalidad en su entramado, que distinto a mí mismo”. A su vez, el segundo miraba al tercero, y temeroso se preguntaba “¿de qué material estará hecho? seguro que me puede, pues de todos los que aquí estamos parece el más fiero”. El tercero, por el contrario, miraba al cuarto, y con recelo se le ofrecía “que su calidad era de auténtico espanto”. Y, como cabría esperar, el cuarto miraba al primero, y de tanto y tanto mirarlo acabó por convencerse de que de todos, era el más bello. Así es que los cuatro decoraban con gusto y elegancia el perchero, siempre y cuando no decoraran alguna hermosa cabeza, y de ninguno de ellos era objeto percatarse de lo inútil de sus juicios, pues todos eran obra y gracia quizá del más ingenioso de los maestros, que en sus diseños, imaginativo y valiente como ninguno, dio a cada uno el don más preciado, el de ser único, diferente, y parte importante de algo más grande que ellos mismos. Juntos eran mucho más de lo que podían ser como simples complementos aislados.

Pobres sombreros que, centrados en la existencia de sus compañeros, eran incapaces de enorgullecerse de sus propias cualidades y únicamente admiraban o se jactaban de las características de los otros. Tanto escudriñaban al que tenían delante que olvidaban mirarse así mismos y se les escapaba que el de detrás los miraba a ellos. Cada uno de los sombreros, con sus distintos materiales, ribetes, colores y formas enriquecían con su sello personal el amplio abanico de variedad que se puede encontrar en las sombrererías, y gracias a estas peculiaridades se convirtieron en auténticos artículos de coleccionista.

Y es que, si de algo carecían los sombreros, era de perspectiva. Un buen día el segundo sombrero acompañó a su dueña a escuchar a una persona que hablaba de amor propio, autoestima y reconocimiento. Estas palabras quedaron impresas en el pensamiento del sombrero, que decidió poner a prueba lo aprendido y contrastó con el sombrero primero. Al llegar al perchero lo miró y le dijo “eres tan fino y armonioso que de todos eres el más elegante”. El primer sombrero, sorprendido por las palabras del segundo, se volvió al cuarto y le dijo “eres un auténtico todo terreno, con tu calidad resultas muy funcional”, el cuarto, aún sin creerse del todo que el sombrero más bello dijera eso de él, se volvió al tercero y le dijo “sin duda eres el más provocativo de todos, me gustas” y el tercero, impresionado de que el compañero sobre el que tantos aspectos negativos proyectara antaño, con ímpetu se dirigió al segundo y le espetó “eres como el mismísimo arco iris en un día de lluvia”. De este modo los sombreros, fascinados por sus nuevos descubrimientos, aprendieron a dar y a recibir, y poco a poco sus corazones se fueron abriendo en este intercambio, descubriendo que todos y cada uno eran especiales y dignos, gracias a la mirada amorosa de sus compañeros, para descubrir el amor por sí mismos, sin el cual jamás se hubieran dado la oportunidad de conocerse. Como dijo Confucio, la virtud no habita en la soledad: debe tener vecinos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El diálogo interior

   El lenguaje es una herramienta de comunicación tan poderosa que desde el inicio de nuestra historia como homo sapiens nos ha diferenciado del resto de especies y nos ha colocado en la cumbre de la evolución. Tan complejo y tan bello, con tantos sistemas implicados en su desarrollo (áreas cerebrales, anatómicas y psicofisiológicas) a menudo olvidamos la importancia y el alcance del uso que hacemos de él. La forma en la que empleamos el lenguaje (verbal y no verbal), pero sobre todo el contenido, suele ser distorsionado, empobrecido y maltratado de modo que pierde su función, el contacto con otros seres humanos.
    
    Desde el empleo de fórmulas vagas (estoy regular), hasta el uso de monosílabos a discreción (sí, no, bueno...), preguntas retóricas, cuantificadores universales (siempre, nunca, todo, nada) u operadores modales (“tengo que hacerlo”, “es imposible llegar allí”), el lenguaje que empleamos a menudo nos ofrece todo tipo de vías de escape al verdadero contacto con nosotros mismos y con los demás. La tónica habitual suele ser esta, a menos que una mayor atención a los procesos psicológicos que intervienen en la comunicación interna y externa, nos ayuden a vislumbrar el modo en que nos decimos las cosas (nuestro diálogo interior) y cómo las expresamos al mundo.

    Decía Virginia Satir que "cuando me exijo hablar de una manera que no va de acuerdo con mi manera de sentir, enturbio mi capacidad de ver y oír y, en consecuencia, mi contacto se llena de dificultades". (Virginia Satir, En contacto íntimo, 1976).  De modo que si lo que expresamos no concuerda con lo que sentimos, con la emoción que experimentamos, no somos auténticos en nuestro contacto con el otro. A menudo disfrazamos nuestro propio lenguaje y lo lanzamos a modo de reproches y ataques, porque también nosotros hemos percibido que el otro nos dañaba de alguna manera. Esto es un indicador de que a menudo, somos mal escuchados, mal vistos y mal entendidos, por lo que el contacto se produce de manera insatisfactoria.

    Si esto ocurre en el contacto con otros, desde luego ocurre también en el nivel interno, no siendo la mayor parte de las veces, conscientes de las barbaridades que nos decimos a nosotros mismos. Desde el empleo de generalizaciones y verbos específicos incompletos (“todos me hieren”) hasta distorsiones como la adivinación (“seguro que piensa que soy una pesada”) o las construcciones comparativas (“es difícil”). Basta estar alerta de cómo brotan automáticamente estas frases en nosotros para darnos cuenta de la frecuencia de su uso. Sin embargo, lo peor de todo es el efecto que produce en nuestra energía vital, nuestra autoestima y nuestro autoconcepto. La culminación de la evolución resulta ser un modo de enjuiciarnos y castigarnos, limitando poderosamente nuestras acciones y nuestro modo de desenvolvernos en el mundo. Como dijo Kierkegaard, ¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!. Por tanto, un buen uso del lenguaje, un conocimiento de su estructura y forma, su poder y su alcance, nos hace más libres de comunicarnos con los demás y con nosotros mismos, y acerca nuestro mapa de visión del mundo al auténtico territorio que es la vida.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

LAS MUJERES ÉRAMOS PELIGROSAS

Hay momentos (muchos, ciertamente) en que me gusta establecer relaciones entre el cine, una de mis grandes pasiones, y ciertos aspectos de la realidad psicológica. Es cierto que la realidad supera la ficción pero de cualquier manera hacer ficción de la realidad es todo un arte. Hace algunas semanas vi en televisión, en un canal de películas clásicas, “La mujer pantera” (Jacques Tourneur, 1942), un clásico del cine de terror de Hollywood del que posteriormente se hizo un remake en 1982. Su visionado me suscitó una serie de ideas acerca del papel de la mujer en la sociedad occidental en aquella época, y eso que el cine de aquellos años ya empezaba a impregnarse de talentos como Verónica Lake, Rita Hayworth, Catherine Hepburn o Lauren Bacall que destacaron por sus personajes femeninos de carácter fuerte, seductor y ambiguamente vinculados con características propiamente masculinas, como la firmeza o la inteligencia orientada a urdir planes maquiavélicos  vengativos, movidas por sus propios intereses, homicidas con premeditación y que además, tienen tiempo para sacar partido a su belleza y erotismo.

    La evolución del papel de la mujer en la historia del siglo XX es expresada también en el cine de diferentes épocas, y los años 30 y 40 constituyeron la revolución para una figura de mujer cada vez más presente en la sociedad, aunque después fue convenientemente apaciguada (por medio de algunos que devolvieron a los hombres a casa después de la II G.M.) y reconvertida en el ama de casa perfectamente dispuesta para todo además de perfectamente redondeada y rubia, sin tiempo ya para la venganza, las pasiones o la seducción, más preocupada quizá de resultar servicial y una buena patriota.

    Pues bien, en “La mujer pantera” podemos detectar algunas de las creencias más potentes acerca de las mujeres y la sexualidad; la protagonista, Irina, es mitad mujer y mitad pantera. Ella conoce el mal que anida en su interior, pero también conoce la fórmula para mantenerlo a raya y controlado. Decide subyugar su lado oscuro, violento y sensual (la imagen propia de un felino) que no casualmente está relacionado con el inicio de la intimidad de pareja. La protagonista decide no consumar el matrimonio, por miedo a desatar la fiera que habita en ella. Se muestra esquiva, misteriosa y un tanto mojigata, creyendo así contentar a su marido, y temerosa de su propia naturaleza, de la que advierte a su compañero, que no logra entender bien qué le ocurre a su extravagante mujer, pero de la que se siente atraído de una forma que ni él mismo se explica. La dualidad se resiste a mantenerse en ella y pronto encuentra otras formas para expresar la parte alienada de Irina. La ira actúa como propulsora de la metamorfosis. Si la protagonista se enfada, se convierte en un ser maldito, un animal encerrado por la sociedad a conciencia, que permanece en una jaula para ser únicamente observado y temido. Los encuentros de la mujer con una pantera negra que se encuentra en el zoo se repiten cada vez con mayor frecuencia, siendo ya prácticamente imposible el control sobre la propia naturaleza. En un arranque de celos, Irina sufre la metamorfosis, intenta vengarse de su marido y de su nueva novia (compañera de trabajo desde hace años, su mejor amiga y paño de lágrimas, ahí es nada) sin éxito y escapa herida de muerte al zoo, donde se reencuentra con la pantera enjaulada, a la que libera de su prisión en un último aliento. La fiera pocos segundos después es atropellada por un coche. Tanto la mujer como la pantera sufren un dramático final en el momento en el que son liberadas, encontrándose con la muerte como castigo. El rechazo a la parte agresiva y sexual de la mujer, como algo oscuro y pecaminoso, fruto de una maldición del diablo, es tan antiguo como el mito de Adán y Eva, algo que parece ser que hoy día está superado al menos en las sociedades occidentales y occidentalizadas.

Por otro lado, se hace muy presente el juicio por el cual un matrimonio que se establece en función de la pasión y la atracción está condenado al fracaso, mientras que la pareja perfecta viene a ser aquella con la que se mantiene una relación de amistad, con ausencia de sexo. Fiel reflejo de la mentalidad de la época, de los valores y creencias inherentes a la cultura norteamericana, el largometraje, visto hoy día, puede parecer un chiste, antiguo y degradado, pero cuyo contenido es explicativo de muchos de los conflictos que en la actualidad, parejas de diversas generaciones reproducen por aprendizaje de su entorno familiar y social. Transmitida esta información de madres a hijas y de padres a hijos y tragada en forma de introyectos, habita en el inconsciente y extiende sus redes a través de las estructuras cognitivas que conforman madejas de creencias y que pueden pasar desapercibidas, calando hondo en la personalidad y emocionalidad del individuo. No es una tontería, y aún creyéndonos libres e igualitarios, no debemos olvidar nuestros precedentes, ni como nuestros abuelos o padres pensaban acerca de las relaciones y los roles en la pareja, ya que si conocemos la historia más reciente del pensamiento nos será más fácil entendernos a nosotros mismos.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La dificultad de ser "humano" y no una chelonia

La angustia, el dolor, la tristeza, la ira... emociones y sentimientos que nos incomodan, que consideramos negativos y tratamos de evitar por todos los medios. Es como si tratáramos de eliminar los días de lluvia o las coles de bruselas. Tantas cosas podemos llegar a leer o escuchar sobre los “afectos negativos”, emociones y estados de ánimo proscritos por la razón. La era de la conciencia implicará que hayamos aceptado que nuestras emociones son adaptativas, necesarias y provechosas. Son lo que nos hace ser seres humanos, máquinas imperfectas provistas de redes neuronales, que nos conectan y nos cortocircuitan a veces cuando intentamos entender, cuando sólo se trata de sentir. Mejor nos iría quizá si, nos propusiéramos sentir más y entender menos.

Hace poco leí que el verdadero conocimiento, el duradero, se produce a nivel inconsciente. No es una locura si pensamos que el 95% de la información de nuestro entorno es captada por nuestro inconsciente y sólo un 5% por nuestra mente consciente. Cuando sentimos tristeza, nuestro cerebro consciente puede intentar decirnos ¡no, no lo hagas, eso no está bien! Y así tratar de evitar experimentar la emoción, contactar de verdad con lo que me ocurre. Si no escuchamos la sabiduría de nuestro organismo (relegada y archivada en grandes almacenes, llenos de telarañas, clasificada como “información confidencial: mente inconsciente”) nos perdemos gran parte de la información acerca de nosotros mismos y nuestras emociones. Quizá esa información fue sustituida en el pasado por otra que nos pareció mejor, más útil y más fácil, aunque con un coste muy superior; aquella que nos sirvió para escapar, huir o dejar de enfrentar las situaciones, la que nos ayudo a creer que guarecernos bajo capas del grosor del caparazón de una tortuga de las Galápagos nos aseguraría la supervivencia. Creer que eso es lo que somos, puede ser más doloroso que enfrentarnos a la verdad de nuestra naturaleza, la que está en nuestro interior.

Gilbert K. Chesterton, escritor británico, dijo “la habilidad moderna no consiste en esconder la emoción, sino en afectarla”. Dejarnos afectar por la emoción, es, sin duda hoy por hoy, un acto de valentía.

viernes, 10 de septiembre de 2010

La fuerza de voluntad: esa gran desconocida

Es posible que uno de los conceptos más usados, deformados y nombrados en la historia de la humanidad sea la “fuerza de voluntad”. Hablamos de “tener la fuerza de voluntad suficiente” o de “no tener fuerza de voluntad”. Pero, ¿alguno de nosotros sabe qué significa realmente?

Cuando hacemos referencia a la fuerza de voluntad, por lo general se trata de nuestra capacidad para hacer algo lo que está en juego. Por lo tanto, si afirmamos “no tengo fuerza de voluntad para dejar de fumar” estamos aludiendo a nuestra incapacidad para dejar de fumar, como si de una cuestión de capacidades se tratara. No, no es así realmente. La fuerza de voluntad la mayoría de las veces nos permite escudarnos bajo la capa de la incapacidad para no hacer aquello que no queremos, o para seguir haciendo aquello que queremos pero creemos que no debemos. “No tengo fuerza de voluntad para ponerme a estudiar” quiere decir “no quiero estudiar pero como eso suena muy mal prefiero decir que no soy capaz de ello”.

La fuerza de voluntad es un constructo ambiguo. Esto quiere decir que no es un comportamiento observable, obvio y tangible. Por eso es sospechoso y no debemos hacer uso alegremente de él. Los indicadores de conducta que podamos observar que serían achacables a la fuerza de voluntad, en realidad se achacan a otras conductas o comportamientos no ambiguos. Por ejemplo, si observamos a una persona levantarse a las 7:00 en una fría mañana de invierno para salir a correr, en lugar de decir “qué fuerza de voluntad tiene para hacer ejercicio en esas condiciones” podríamos decir “qué disciplina demuestra para hacer ejercicio en esas condiciones”.

Realmente, si sustituimos “voluntad” por “querer” la frase “no tiene fuerza de voluntad para dejar de comer panchitos”  quedaría así “no tiene fuerza de querer para dejar de comer panchitos” ¿a que no suena igual?. A menudo la fuerza de voluntad nos sirve para disculpar al otro de hacer lo que hace, porque parece que lo hace sin querer, porque es incapaz de evitarlo. Uno no tiene fuerza de querer, uno quiere o no quiere algo. Otra cosa es el coste de querer algo. Si valoramos internamente que el coste de llevar a cabo algo que queremos hacer es mayor que el beneficio de quererlo, podemos optar por no hacerlo, con el siguiente desajuste organísmico y conflicto interno. Ahora bien, para lidiar contra ese conflicto interno pretendemos excusarnos en nuestra falta de capacidad a través de la fuerza de voluntad. Y esto es liar aún más la cosa cubriendo de capas conflictivas el desajuste inicial, porque tampoco genera un sentimiento agradable creernos incapaces de hacer algo (aunque si oculta algo más gordo, bienvenido sea).

De esta forma, minamos nuestra autoestima, porque nos creemos incapaces de hacer lo que pensamos que es mejor para nosotros, y nos habituamos a que otros también nos vean así. Ofrecemos al mundo una imagen distorsionada e infravalorada de nosotros mientras que por dentro nos sentimos también del mismo modo. Todo por el hábito que producen las excusas. Esto no es ni más ni menos que otra forma más de boicotearnos. Nuestro peor enemigo nos aguarda perenne en el cuarto de baño: somos nosotros mismos al reflejarnos en el espejo.

martes, 7 de septiembre de 2010

EL BOICOT




¿Qué es el boicot?
 
Boicot debe su epónimo a Charles Cunningham Boycott, administrador irlandés y primer hombre oficialmente boicoteado de la historia.
 
Definición de boicotear: 1. tr. Excluir a una persona o a una entidad de alguna relación social o comercial para perjudicarla y obligarla a ceder en lo que de ella se exige. 2. tr. Impedir o entorpecer la realización de un acto o de un proceso como medio de presión para conseguir algo.

Es decir, el deporte favorito de muchos. Aquí voy a hablar del boicot  solamente referido a uno mismo.  Algunos pasan toda su vida tratando de boicotearse en decisiones vitales, en momentos de disfrute, en puntos de inflexión, en crisis, etc. Es igual, la cuestión es interrumpir el ciclo de satisfacción de necesidades. El ciclo está compuesto, por orden, de las siguientes fases: Sensaciones, toma de conciencia, energetización, acción, contacto, satisfacción, retirada y retorno al punto cero. Este ciclo se encuentra en todos los órdenes de las actividades humanas, desde comer, hasta mantener una relación sexual, estudiar un temario, etc.

Una de las formas de boicotearse, de las más queridas por muchos, es el llamado mecanismo de desvalorización (bloquea el ciclo en la fase de contacto e impide la satisfacción); por ejemplo, cuando damos una fiesta para nuestros amigos en casa, en la que contamos nuestros mejores chistes, nos vemos fabulosos y somos los mejores anfitriones, y al acabar la fiesta nos decimos que tampoco ha sido para tanto, el vino tinto se ha acabado pronto y la tempura de verduras estaba fría. Además, seguro que aunque todos parecían pasarlo bien, prefirieron la fiesta que dio menganito la semana pasada.  Cuando estábamos en plena fiesta lo pasábamos bien, pero el cristal con el que se miran los acontecimientos pasados puede variar en función de nuestro estado de ánimo y de nuestros pensamientos automáticos. Toda una red de creencias limitadoras se extiende entre nosotros y el disfrute pleno de una fiesta, un concierto, una conferencia en la que hemos sido vocales o una tarde libre con nuestra pareja. “Siempre podría haber sido mejor” es uno de los grandes pensamientos equívocos a la hora de valorar una situación. Las percepciones distorsionadas acerca de la realidad, nos llevan a confirmar lo que ya sabíamos: “no somos lo bastante buenos” o “siempre falla algo”.

La desvalorización es el mecanismo de defensa que impide la satisfacción de la necesidad una vez realizado el contacto. Nos impide sentirnos satisfechos con lo que hemos hecho. Es como una especie de duende verde que viene a decirnos “tampoco es para tanto”, un frustrador profesional que se nos cuela en la mente y nos susurra en la oreja que no debemos abandonarnos al disfrute, aún no, porque aún no es el momento perfecto para hacerlo, porque “ya sabemos que siempre podría haber sido mejor”.

El problema es que es del todo improbable que encontremos ese momento perfecto para que todo resulte conforme a nuestras expectativas, sobre todo cuando sólo se trata de una excusa para no disfrutar de lo que tenemos en el momento presente. Por tanto, a mi juicio la desvalorización es impulsada por un mecanismo de falta de contacto con el momento presente, el aquí y el ahora. Se produce un desajuste entre nuestras expectativas (que se colocan en el futuro) y  lo que tenemos ahora (que se coloca en el presente):
 
Expectativas exigentes (tengo que hacer/ tiene que pasar) + la realidad de lo que hago o lo que pasa = insatisfacción, desasosiego, ansiedad...

    Por desgracia el ciclo se puede repetir una y otra vez sin llegar a una retirada que cierre el evento, la necesidad que queríamos satisfacer con lo que hacíamos. Es lo mismo que si nos comemos una pizza que nos apetece mucho y después, con el estómago lleno, nos decimos que hubiera sido mejor comernos un plato de pasta.

Ya lo dijo Ortega y Gasset, "Lo que más vale en el hombre es su capacidad de insatisfacción". Y a veces, lo que más pesa, también.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Enquistamiento vs. acción

    Cuando buscamos realizar nuestros deseos, a menudo nos encontramos en callejones sin salida que nos impiden llevar a cabo aquellas acciones decisivas para nosotros y nuestra vida. Nuestras ideas, nuestros pensamientos y deseos, mueven energía en nuestro interior. Existen diversos factores que contribuyen al “enquistamiento”, es decir, a dejar nuestra energía fija en un punto interno de nosotros mismos sin que se produzca un movimiento natural de fluidez hacia fuera, de conversión de esa energía en una acción.
La retroflexión es un mecanismo de defensa que utilizamos los seres humanos para impedir que la energía vaya hacia fuera, con lo que la invertimos hacia adentro. Llamo enquistamiento a la concentración de esa energía en el interior. Poniendo un ejemplo de cómo se lleva a cabo este proceso, si tú deseas decirle a la señora que se te cuela en la pescadería “señora, es mi turno, no el suyo” y sin embargo te quedas callado con la frase en la punta de la legua, impidiendo expresar tu deseo verbalmente (por razones que expondré a continuación) notas que la sangre te bulle, se te sube el enfado hasta las orejas y hasta puedes oler el humo que te sale por la coronilla. La imagen no es muy alagüeña sin duda, y recuerda a los dibujos animados. Pues algo tan simple como reclamar el turno en un comercio, puede suponer un verdadero quebradero de cabeza. Todo está en el valor que le damos a cada situación en relación con nuestros propios mecanismos de acción (o no acción).

Me parece sumamente importante desde el punto de vista psicológico el fenómeno del enquistamiento y sus consecuencias a medio y corto plazo. ¿Qué factores influyen en el enquistamiento de la energía?

·    Temor a las consecuencias imaginadas: en nuestra fantasía (esa zona intermedia, pesada y pegajosa que se extiende entre nosotros y la realidad) imaginamos consecuencias catastróficas producto de nuestros actos. En el caso del turno de la pescadería, podrías pensar que ante tu comentario, se te quebraría la voz, o quedarías como un borde delante de la pescadera, o que la señora a la que se lo dices te insulta, os enzarzáis en una pelea, o que llama a su primo el de zumosol… puede resultar gracioso, pero las consecuencias imaginadas son uno de los principales motivos por los que frenamos nuestra acción y revertimos la energía que debía ser liberada.
·    Creencias limitadoras: quizá pienses que decirle algo a la señora que se te cuela no merece la pena (mientras tu enfado sigue creciendo dentro de tí); o quizá piensas que tú mereces que se te cuelen en la pescadería (aún peor). Lo que pensamos acerca del mundo o de nosotros mismos en torno a lo que hacemos es decisivo para llevar a cabo la acción que equilibre nuestra energía.
·    Retroflexión: como dije, este mecanismo revierte la energía hacia el interior, favoreciendo el enquistamiento. La energía hacia adentro sigue siendo energía (no se destruye, sólo se transforma) aunque desviada de la diana que le corresponde. Si colocamos una diana errónea en nuestro interior, desviamos la energía vuelta hacia nosotros, alterando el equilibrio natural. Si nos enfadamos con nosotros mismos porque la señora se ha colado en la pescadería, ¡voilá!, ahí está el ejemplo perfecto de retroflexión.

Como hemos visto, somos capaces de imaginar consecuencias desastrosas de nuestras acciones, podemos activar creencias que nos limitan y podemos hacernos diana de nuestra ira furibunda. Lo que nos diferencia de las serpientes es que si nos mordemos la lengua, es que nosotros sí nos envenenamos, porque no somos autoinmunes. Podemos ser nuestro peor enemigo, y no es exagerado. Podemos encontrar ejemplos como el del turno de la pescadería en nuestra vida diaria, sólo hay que pensar un poco y seguro que se nos ocurrirá algo. ¿Ya tienes el tuyo? Pues piensa ahora en las auténticas consecuencias que tiene “no actuar”. Acuérdate de cómo te sentiste, quizá pensaste lo injustos que fueron otros y lo injusto que fuiste tú contigo mismo por permitirlo. Quizá te sentiste limitado por tu miedo, cuando quisiste expresarte como eras. Quizá quisiste coger un pincel pero dudaste de tu arte, o quisiste cantar pero no entonaste ninguna nota, o te diste cuenta de que querías escribir y no te atreviste. Créeme, esa energía se quedó en algún lugar de tu interior, sin hacerte ningún bien. Una de las consecuencias del enquistamiento es la fijación, antagónica del movimiento. El equilibrio del organismo es movimiento, si no observa cómo haces la digestión. Seguro que reconoces que se produce un movimiento natural de ingestión y digestión que acaba en la expulsión. Pues con lo demás pasa lo mismo, si generamos algo en nuestro interior, y somos capaces de encontrar la salida más adecuada a ello, cumplimos con el ciclo homeostático. Mientras que, cuando algo se enquista, está ocupando un lugar en el organismo que no le corresponde, por lo tanto, ese lugar de nosotros enferma. Enfermar en el cuerpo o en la mente es lo mismo, somos nosotros los que enfermamos y es igual de perjudicial.

¡Bienvenidos!

En esta nueva aventura bloguera, espero poder transmitir y compartir opiniones y distintos puntos de vista acerca de la psicología, la psicoterapia y la relación de ayuda. Este espacio común nos permitirá establecer contacto y abordar nuestro modo de ver las relaciones humanas, los procesos psicológicos, desde diferentes ámbitos y orientaciones (gestalt, transaccional, PNL, cognitivo-conductual, etc.).

A aquellos que me seguíais en mi otro blog, espero poderos ofrecer mayor diversidad de contenidos y enlaces en esta nueva ubicación, para subsanar carencias de la anterior.

¡Hola a todos!