miércoles, 22 de septiembre de 2010

LAS MUJERES ÉRAMOS PELIGROSAS

Hay momentos (muchos, ciertamente) en que me gusta establecer relaciones entre el cine, una de mis grandes pasiones, y ciertos aspectos de la realidad psicológica. Es cierto que la realidad supera la ficción pero de cualquier manera hacer ficción de la realidad es todo un arte. Hace algunas semanas vi en televisión, en un canal de películas clásicas, “La mujer pantera” (Jacques Tourneur, 1942), un clásico del cine de terror de Hollywood del que posteriormente se hizo un remake en 1982. Su visionado me suscitó una serie de ideas acerca del papel de la mujer en la sociedad occidental en aquella época, y eso que el cine de aquellos años ya empezaba a impregnarse de talentos como Verónica Lake, Rita Hayworth, Catherine Hepburn o Lauren Bacall que destacaron por sus personajes femeninos de carácter fuerte, seductor y ambiguamente vinculados con características propiamente masculinas, como la firmeza o la inteligencia orientada a urdir planes maquiavélicos  vengativos, movidas por sus propios intereses, homicidas con premeditación y que además, tienen tiempo para sacar partido a su belleza y erotismo.

    La evolución del papel de la mujer en la historia del siglo XX es expresada también en el cine de diferentes épocas, y los años 30 y 40 constituyeron la revolución para una figura de mujer cada vez más presente en la sociedad, aunque después fue convenientemente apaciguada (por medio de algunos que devolvieron a los hombres a casa después de la II G.M.) y reconvertida en el ama de casa perfectamente dispuesta para todo además de perfectamente redondeada y rubia, sin tiempo ya para la venganza, las pasiones o la seducción, más preocupada quizá de resultar servicial y una buena patriota.

    Pues bien, en “La mujer pantera” podemos detectar algunas de las creencias más potentes acerca de las mujeres y la sexualidad; la protagonista, Irina, es mitad mujer y mitad pantera. Ella conoce el mal que anida en su interior, pero también conoce la fórmula para mantenerlo a raya y controlado. Decide subyugar su lado oscuro, violento y sensual (la imagen propia de un felino) que no casualmente está relacionado con el inicio de la intimidad de pareja. La protagonista decide no consumar el matrimonio, por miedo a desatar la fiera que habita en ella. Se muestra esquiva, misteriosa y un tanto mojigata, creyendo así contentar a su marido, y temerosa de su propia naturaleza, de la que advierte a su compañero, que no logra entender bien qué le ocurre a su extravagante mujer, pero de la que se siente atraído de una forma que ni él mismo se explica. La dualidad se resiste a mantenerse en ella y pronto encuentra otras formas para expresar la parte alienada de Irina. La ira actúa como propulsora de la metamorfosis. Si la protagonista se enfada, se convierte en un ser maldito, un animal encerrado por la sociedad a conciencia, que permanece en una jaula para ser únicamente observado y temido. Los encuentros de la mujer con una pantera negra que se encuentra en el zoo se repiten cada vez con mayor frecuencia, siendo ya prácticamente imposible el control sobre la propia naturaleza. En un arranque de celos, Irina sufre la metamorfosis, intenta vengarse de su marido y de su nueva novia (compañera de trabajo desde hace años, su mejor amiga y paño de lágrimas, ahí es nada) sin éxito y escapa herida de muerte al zoo, donde se reencuentra con la pantera enjaulada, a la que libera de su prisión en un último aliento. La fiera pocos segundos después es atropellada por un coche. Tanto la mujer como la pantera sufren un dramático final en el momento en el que son liberadas, encontrándose con la muerte como castigo. El rechazo a la parte agresiva y sexual de la mujer, como algo oscuro y pecaminoso, fruto de una maldición del diablo, es tan antiguo como el mito de Adán y Eva, algo que parece ser que hoy día está superado al menos en las sociedades occidentales y occidentalizadas.

Por otro lado, se hace muy presente el juicio por el cual un matrimonio que se establece en función de la pasión y la atracción está condenado al fracaso, mientras que la pareja perfecta viene a ser aquella con la que se mantiene una relación de amistad, con ausencia de sexo. Fiel reflejo de la mentalidad de la época, de los valores y creencias inherentes a la cultura norteamericana, el largometraje, visto hoy día, puede parecer un chiste, antiguo y degradado, pero cuyo contenido es explicativo de muchos de los conflictos que en la actualidad, parejas de diversas generaciones reproducen por aprendizaje de su entorno familiar y social. Transmitida esta información de madres a hijas y de padres a hijos y tragada en forma de introyectos, habita en el inconsciente y extiende sus redes a través de las estructuras cognitivas que conforman madejas de creencias y que pueden pasar desapercibidas, calando hondo en la personalidad y emocionalidad del individuo. No es una tontería, y aún creyéndonos libres e igualitarios, no debemos olvidar nuestros precedentes, ni como nuestros abuelos o padres pensaban acerca de las relaciones y los roles en la pareja, ya que si conocemos la historia más reciente del pensamiento nos será más fácil entendernos a nosotros mismos.

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