Carl Jung definió la
sombra como: aspectos ocultos o inconscientes de uno mismo, tanto positivos
como negativos, que el ego ha reprimido o nunca ha reconocido. La sombra es un problema moral que desafía a
toda la personalidad del ego, pues nadie puede tomar conciencia de la sombra sin
esfuerzo moral considerable. Tomar conciencia de ella significa reconocer como
actuales y reales los aspectos oscuros de la personalidad (tomado de Lexicon Jungiano de Daryl Sharp). Es decir, tomar
conciencia implica reconocer estos aspectos.
Todos tenemos una sombra. Nuestra
sombra se activará, se mantendrá y crecerá mientras nosotros sobre-actuemos y disfracemos nuestro Ser. El desconocimiento de nuestra parte oscura no constituye más que el
mantenimiento del punto ciego que nos aleja de las posibilidades de ser y hacer
en auténtica libertad (porque si re-conocemos, somos libres de
elegir).
Cuanto más reprimimos los aspectos que no nos gustan de nosotros, más
aparecen éstos a nuestro alrededor, ya sea en los amigos, en la pareja, en los compañeros de trabajo… y es que la energía de
la sombra no desaparece por más que nos lo propongamos; sólo puede que
reaparezca con más fuerza la próxima ocasión si la seguimos negando y
rechazando.
Todo aquello que representa la polaridad de lo
deseado, lo idealizado, no nos resulta muchas veces más que los despojos de un
“yo” que rechazamos. Lo bueno y lo deseable lo colocamos en la fantasía de lo que podríamos ser
(focalizando nuestra atención en lo que nos reporta placer
inmediato, euforia o alegría pasajera), que puede representar lo que
“a mí me gustaría ser” o en lo que "los demás quieren que yo sea".
Así, mientras que no tomamos como parte de nosotros
lo rechazado, no podemos tampoco “ser” plenamente. A veces el ego se
mantiene insuflado a base de introyectos o creencias de lo que es mejor, de lo que se espera de uno o de lo que se está obligado a hacer. Otras veces pensamos que la
mejor versión de nosotros mismos es una persona sabia, correcta, buena pareja,
buena amiga, buen hijo/a, trabajadora dedicada, mejor estudiante, aún mejor
amante, incansable, hiperactiva…(es posible que os identifiquéis con alguno de
estos ejemplos, o quizá con otros digáis “ah no, ¡yo nunca!”). Si nos apegamos a alguna de estas ideas sobre nosotros mismos podemos cegarnos a otras posibilidades de hacer. También con ello contribuimos a una
ceguera colectiva. Por ejemplo, si Luis se considera siempre como una persona
conocedora, sabia y experimentada que viene de vuelta de todo, no se permitirá ser ignorante y se cerrará la puerta a aprender cosas nuevas. Sin embargo, si no sabe algo y lo pregunta (superando así la barrera del miedo a que otros le consideren un ignorante) se abre la puerta a aprender.
Necesitamos contextualizar
nuestras acciones. Cuando actuamos desde la repetición o desde lo que
deberíamos hacer, decir o sentir estamos manteniendo la inflexibilidad y la quietud. Creemos que nos va a ir bien, que
nos protegemos de algo peor que las consecuencias de actuar de forma limitada.
No es más que nuestro miedo impidiéndonos crecer, abrirnos, expandirnos, sin darnos cuenta de nuestro sufrimiento cada vez más patente. Y es aquí donde estamos actuando desde la mente, polarizada y egoica, en lugar de actuar desde el auténtico Ser, libre y en movimiento, ligero de equipaje (de miedos, frustraciones...)
La autenticidad en este punto sería la aceptación a contemplar todas las distintas
partes de uno, al mismo tiempo que adoptamos la responsabilidad sobre nuestro Ser. Y siendo el reconocimiento de uno mismo una gran responsabilidad, también es el camino hacia la libertad y la paz interior.
Como me gusta decir: "La vida es el baile vibrante y hermoso entre la luz y la oscuridad".
(Extracto de mi conferencia La integración del ser y la superación de la dualidad, 29 de marzo de 2012)